En es nuestra última noche en esta casa parece que los espíritus de todos aquellos que nacieron, vivieron y murieron entre sus blancas paredes se despiden. Inquieto, el naranjo abandonado golpea con sus ramas la ventana y llora un par de hojas.

En pocos días este enorme santuario de alegrías y penas pertenecerá a desconocidos, una familia que también ha dejado atrás sus espíritus, empacando recuerdos en cajas de cartón con flechas apuntando al techo y declarando la fragilidad de todo aquello que poseen.

Me recuesto sobre la cama donde dormí la primera vez que visité monterrey, hace 20 años, la misma cama donde murió mi padre, hace más de un año, la misma cama desde la que brinqué a los brazos de mi abuelo.

Decido dormir con la luz encendida, esperando que cualquier trozo de memoria que quiera visitarme encuentre el camino.

Las horas se deslizan con tranquilidad, gracias a tu compañía. Estás del otro lado del lente, pero tu rostro es lo que me ayuda a seguir esperando.

Son las dos de la mañana, la luz continúa encendida y tras mis párpados por fin se cuela una imagen: mi abuelo meciéndose en la silla del patio, rodeado de mariposas amarillas y nenúfares.

Me resisto un poco a abrir los ojos, pero el olor a fresas y café es demasiado tentador. Poco a poco me suelto del sueño que acaparó la mayor parte de la noche. No recuerdo los dondes ni los cuandos, pero sí recuerdo que estabas tú. Tenías otra cara, ropa que no te conocía y una voz más grave de lo normal. Pero eras tú; eran tus palabras y tus gestos. Me resisto a abrir los ojos, pero tu recuerdo es demasiado tentador. Despierto y solamente me concentro en tu rostro.

...que nos ha dado a Mecedes...


Mercedes Sosa
1935-2009