El jueves desde mi ventana
Published by Unknown under Desde mi ventana on jueves, febrero 25, 2010La mayoría del tiempo la paso concentrada en los ruidos y pierdo interés en mi propio silencio. ¿Cuántas veces he querido decir algo sin lograrlo? ¿Cuántos nudos en la garganta se han formado?
Hace unas semanas me el elevador en el que estaba se apagó. Literalmente se apagó. El encargado de monitorear los llamados de ayuda, contesto al timbre de alarma. Cuando le informé la situación, lo único que pudo comentar fue: "Pero, usted no está ahí, ese elevador está fuera de servicio."
Ese momento de invisibilidad momentánea me llenó de enojo. Y cómo no, si yo te digo que estoy, es porque estoy. Y punto. Durante los interminables minutos que duro aquella pesadilla claustrofóbica, pensé en todo lo que le diría, practiqué los gestos de indignación que enmarcarían mi queja y encomendé su irremediable destino a todos los santo, ángeles y arcángeles que estuvieran observando.
Cuando logré abrir las puertas, salí disparada, lo vi y lo único que pude decirle fue: "Olvídalo, ya salí."
Durante una comida, encontré platos y cubiertos sucios, un cabello en la ensalada y la gota que derramó el vaso y que, por el momento, me detiene de volver a comer en el mismo lugar. De igual forma ensayé mi arranque de furia y las palabras exactas para quejarme de manera firme, y sarcástica, de los brutales descuidos de su servicio. El correo electrónico sigue en mi bandeja de borradores.
Llámalo cobardía, llámalo debilidad; yo lo llamaba así también. Pero hoy he decidido darle un nuevo nombrar, y por lo mismo, un nuevo significado.
Ayer fui yo la que recibió las quejas de un cliente insatisfecho. Recibí mi dosis de ironía, de interrupciones y explosiones. Pasé el resto del día pensando en qué debí haber dicho. Hoy, antes de salir de casa, recordé todas aquellas ocasiones en las que yo también podría haber sido el cliente insatisfecho que despotricaría contra alguien que es justo lo que yo soy: Amor.
Desde mi ventana, veo la ciudad desprendida de todos. Escucho las voces reclamando, lo pasos apurados, los discursos aprendidos, las quejas ensayadas. Observo a la ciudad respirando problemas, mundanos y fugaces, aleteando con torpeza y chocando unos contra otros, sin pensar, sin siquiera imaginar, que todos caminamos hacia el mismo lugar. Que todos estamos hechos del mismo material. Que a todos nos quema el mismo fuego. Que todos sentimos los mismos colores. Que todos respiramos el mismo aire...
Que todos amamos con el mismo amor.
Que todos amamos con el mismo amor.
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